Simplemente Oporto

Publicado en la edición impresa del diario Los Andes. 23/11/18
Sebastián Pérez Dacuña 

En tiempo en donde las epístolas se trasportan en milésimas de segundos, a través de teléfonos, tablets y demás, aun las buenas historias merecen seguir siendo contadas, por lo menos aquellas que apelan al sentimiento y a conocer otras realidades. Tal el caso de la que nos trae un sommelier mendocino suelto en el norte de España, más concretamente Ourense Galicia, a apenas 250 kilómetros por autopista de Oporto, la región vitivinícola portuguesa mundialmente conocida y que en esta nota te la mostramos en primera persona de la mano de Daniel Marín Caballero. Un relato breve pero apasionante que pinta la fascinante ciudad lusa y su relación con el vino.
Oporto, mundialmente conocido por sus afamados vinos, desde el punto de vista vinícola, es una ciudad única en el mundo, ya que su área de producción se encuentra a  100 kilómetros de distancia, lo usual es que los vinos se comercialicen con el nombre de donde se  cultivan sus uvas y no, con el nombre  de la  ciudad que lo comercializa como es el caso de Oporto.
Se dice que en los puertos y en los mercados es donde se conocen a sus pobladores. Y para un mendocino que conoció el mar a los 18 años,  caminar por la ribeira, donde el  río Duero pierde la memoria  de tanta belleza, puede ser una experiencia fascinante.
Mi pasión y trabajo es contar historias de vinos, pero hoy les pido que me disculpen,  porque  no quiero hablarles de los vinos de Oporto si no de esas pequeñas cosas que no entran en los mapas.
Imaginemos una postal típica de Oporto, son las 18 horas y comienza a oscurecer, nos situamos en el colorido barrio de la Ribeira, debajo del Puente Don Luis I, una cantante callejera de voz suave  interpreta un melancólico fado, una anciana clama “castanhas quentinhas e boas”. En la otra orilla  la luminosidad de la gran urbe de Vila Nova de Gaia en donde destacan en lo alto los majestuosos carteles de las históricas bodegas.
El río Duero zarandea  los rabelos,  antiguas embarcaciones en las que se transportaba el vino para su comercialización.
Nos alejamos del puerto  y nos adentramos en el barrio de la Vitória por sus estrechísimas calles de piedra, casi sin veredas, casas de tres alturas decoradas con mosaicos de colores, pequeños comercios  especializados en una sola cosa.
El pasado parece estar encerrado,  los tranvías circulan lentamente, cada pocos metros una notable iglesia como la “Do Carmo” o “Clérigos”. Y en  la cima  la sobresaliente Catedral. Muy cerca se encuentra la mítica librería “Lello”, multitud de bares, cafeterías, pastelerías y vinerías en las que se pueden degustar vinos de Oporto.
Para comer, su plato típico son las tripas á moda do oporto es un guiso con  mondongo, chorizos y verduras. Y quizás el plato que mejor representa a Portugal  sea el Bacallao preparado de diversas maneras. También las  Francesinhas, una especie de sándwich relleno con jamón crudo y queso gratinado.
Si quieres sentirte como en casa un buen estandarte de la gastronomía Argentina es el Restaurante Belos Aires  dirigido por el chef  Mauricio  Ghiglione, nacido en Posadas Misiones.
Un antiguo refrán portugués  dice: En Lisboa se divierten,  en Braga se reza,  en Coimbra se estudia  y en Oporto se  trabaja.  Se trabaja y  mucho. Oporto es un ejemplo  de cómo a través del vino ha sabido promover sus tradiciones, cultura y territorio.

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